Este año la climatología nos impidió realizar la procesión del Miércoles Santo y por consiguiente el Santo Encuentro con la Hermandad de San Joaquín y la Virgen de los Dolores. Interminables fueron los minutos de espera dentro de Santa Engracia una vez terminada la Eucaristía mientras esperabamos impacientes noticias sobre la actividad frenética que llevaban la junta consultiva y la junta de la Hermandad al teléfono pendientes de las predicciones que llegaban desde el aeropuerto.

No pudo ser y por primera vez «el Calvario» se quedaba sin salir a la calle en Miércoles Santo.

Tal y como dice nuestro protocolo de lluvia realizado en 2008,el Jueves por la mañana debíamos realizar una procesión a San Cayetano para trasladar nuestros pasos.

En la concentración previa el Jueves a primera hora se palpaba el ambiente de extrañeza, incertidumbre y curiosidad por saber como se iba a desarrollar una procesión que nunca habíamos realizado. A pesar de poder acompañar a nuestras imágenes hasta San Cayetano la conversación común entre los cofrades que se agrupaban en la plaza y calles adyacentes a Santa Engracia narraba la pena y resignación por no haber sido posible el acudir a la plaza del Pilar a las 12 de la noche pasadas.

A las diez y media la procesión transcurrió por un breve recorrido, con el fin de no molestar a ninguna de las Cofradías que procesionan el Jueves Santo por la mañana, por la Plaza de Santa Engracia, Independencia, Plaza España, Coso, Alfonso I, Manifestación y plaza del Justicia.

Extrañas sensaciones al desfilar bajo nuestros capirotes y terceroles con un sol esplendido y llegar a San Cayetano a las 12 del mediodía. Agradecimiento especial a los hermanos de «la Dolorosa» que, en un gesto que demuestra la estrecha relación que nos une, nos recibieron en la puerta de la Iglesia de Santa Isabel para intercambiar los ramos de flores que debían haber acompañado a Madre e Hijo la noche anterior.

Finalmente, un sentimiento agridulce poder encerrar nuestros pasos con el debido honor que se merecen pero con la tristeza de no haber recorrido las calles de Zaragoza la noche del Miércoles acompañando a nuestro Cristo al encuentro con su Madre.