EL PASO DE JESÚS CAMINO DEL CALVARIO
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Lo que sucedió en 1935 con la huelga de terceroles y la respuesta de distintos grupos de jóvenes católicos de Zaragoza para sacar a la calle el Santo Entierro y, concretamente, ayudar al cabecero del paso de Jesús camino del Calvario, D. Jorge Guillén Borruey, está explicado en el capítulo tal de esta web. Señalemos que en 1937 el misterio fue dotado de una carroza rodada de 2’15 por 3’30 m y que dos años más tarde se complementó con cuatro faroles de cristal y una greca de madera.
Aunque nuestra Cofradía se residenció en la parroquia de San Gil Abad en 1946, la imagen permaneció en la capilla del Cristo de la Cama en San Cayetano hasta 1974, cuando se obtuvo el permiso de la Real Hermandad de la Sangre de Cristo de poder conservarla en Santa Engracia, para que estuviera arropada por el cariño de los cofrades del Calvario, que habían hecho de esta histórica basílica-parroquia su sede canónica.
El año de 1958 marcó el momento de la reforma más radical del paso: a excepción de la imagen de Jesús camino del Calvario, se retiró el resto de las tallas, sin que se conozca su paradero, y el paso de Jesús camino del Calvario fue convertido en una emotiva evocación de la soledad de Jesús en la Vía Dolorosa, adornado con tres potencias y portando una cruz procesional metálica.
Para el Jesús camino del Calvario, Tomás Llovet hizo en madera de pino una imagen correspondiente a la talla normal de un hombre de su época, es decir 1’60 m. Esculpió todo el cuerpo y lo asentó sobre una base o peana que todavía conserva. Estructuró su obra en seis piezas: el tronco, las piernas, los brazos y el cráneo. La cara la concibió aparte para ponerle por detrás unos ojos globulares de cristal.
La imagen, de complexión ligeramente atlética, muestra a Jesús en el momento de cargar con la cruz sobre el hombro izquierdo. De ahí que su cuerpo se incline hacia delante mostrando sus hombros una evidente curvatura.
La nariz es recta, levemente acabada en punta. Los labios, suavemente carnosos y un tanto pronunciado el inferior, dejan la boca entreabierta para evocar el aire que el Salvador aspiró entrecortadamente en su camino hacia el sacrificio. El bigote y la barba están muy bien trabajados, como Llovet solía hacer. El único síntoma racial que concedió a Jesús es la barba partida, aunque no sin exageración como denotan esas perillas típicas de la época del escultor. Tras recuperarse la policromía original, se advierte que el tímpano izquierdo presentó el característico reventón con efusión de sangre, que en esa zona caracteriza a las imágenes de Jesús camino del Calvario. El cráneo, privado de pelo, se pintó de color negro para poder colocarle encima una peluca.
La mano derecha presenta el típico gesto de los Nazarenos de señalar dulcemente al fiel el camino de la cruz que conduce a la salvación; aunque, en otro tiempo, se hiciera servir ese ademán para limitar el movimiento de la desmesurada cruz con la que cargaba. La mano izquierda ofrece un estupendo gesto de crispación destinado a asir la cruz penosamente. La imagen de Jesús camino del Calvario se convierte así en expresión del dolor y en la plástica proposición al fiel de la invitación de Cristo a imitarlo, levantando su propia cruz para ganar la vida verdadera.
El Señor de Zaragoza, como con justicia hay que reconocer a esta imagen, no tiene la apariencia de un reo torturado sino que Llovet quiso insistir en el dulce hombre de paz, conducido al sacrificio, como un manso y abnegado cordero. Esa estampa del Dios y hombre verdadero que, cargado de hombros, arrastra su cruz y señala el camino de salvación a sus fieles parece inspirarse en las preciosas imágenes sevillanas de Nuestro Padre Jesús de la Hermandad del Valle, obra del círculo de Roldán que data de la segunda mitad del siglo XVII, y de Nuestro Padre Jesús de las Tres Caídas, imagen realizada por Francisco Antonio Gijón en 1687.
La Cofradía tuvo entre los años 2006 y 2007 la feliz iniciativa de promover una restauración de calidad, que fue confiada a los talleres Restauro de Zaragoza. A pesar de lo que hasta entonces aparentaba, la recuperada policromía original nos permitió constatar que la imagen fue concebida por el escultor con una piel ligeramente blanca. Desde entonces, cuando admiramos esta imagen, lo podemos hacer desde la convicción de que la contemplamos de forma semejante –o casi– al aspecto que tenía cuando procesionó por primera vez en Semana Santa de 1818.
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